Luciano
creaba sus verdades
con ritmo y sentido de árbol.
Con la sabia resistencia
del que ha de enfrentar crecientes
arraigaba en lo profundo,
hendiendo – claro y modesto –
las piedras de lo aparente.
Tal raigambre daba hondura
a su palabra serena.
En diálogo de raíz y luz
creció su sombra fraterna
con rocío de transparencia.
Cada vez era más cerno,
cada vez menos corteza.
Con las savias de su tierra
coronillaba la blandura
y ceibalizaba la dureza.
Derribado – y se estremece
y se deshoja el monte – sus raíces
enriquecen el suelo, permanecen.
Luciano
era la siempre búsqueda del hombre
que halla y no encuentra definitivamente.
Era la hondura humana arboreciéndose.