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Milicos, contrabandistas y otros cuentos


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En Serafín J. García, la característica esencial es el ánimo revolucionario. A él ha llegado, evidentemente, por que entre las cardinales de su espíritu predomina, al lado de la observación de la realidad, el gusto de razonar las causas y los efectos. Estudiando al criollo de nuestros cam pos, al lado del cual ha vivido, ha creído advertir que la mayoría de sus predecesores, al pintar, no han hecho otra cosa que reproducir un tipo “standard”, creado como de exprofeso para las novelas de todos los países y de todas las épocas. El gaucho que aparece en tales creaciones, en su sentir, es una figura de líneas elementales, siempre con el mismo rostro, cuyas ideas, al igual que sus vestimentas, responden a un patrón preestablecido. Para Serafín J. García, no todos los paisanos son Juanes Moreira; no to dos obedecen a los mismos impulsos; no todos se producen en la vida de idéntico modo. Si el gaucho tradicional — el que nos han dado Ascasubi y Hernández, el que conocemos, aquí en el Uruguay, por la historia de las guerras de la independencia, y allá en la Argentina, por la historia de la conquista del desierto y las luchas civiles de Urquiza con el gobierno de Buenos Aires…

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Sobre este libro
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On the other hand, we denounce with righteous indignation and dislike men who are so beguiled and demoralized by the charms of pleasure of the moment, so blinded by desire, that they cannot foresee the pain and trouble that are bound to ensue; and equal blame belongs to those who fail in their duty through weakness of will, which is the same as saying through shrinking from toil and pain. These cases are perfectly simple and easy to distinguish. In a free hour, when our power of choice is untrammelled and when nothing prevents our being able to do what we like best, every pleasure is to be welcomed and every pain avoided. But in certain circumstances and owing to the claims of duty or the obligations of business it will frequently occur that pleasures have to be repudiated and annoyances accepted. The wise man therefore always holds in these matters to this principle of selection: he rejects pleasures to secure other greater pleasures, or else he endures pains to avoid worse pains.