Nació de un huevito gris, más chiquito que el de los demás. Cuando la caparazón del huevo se rompió, Tortuga Ana que esperaba ansiosa el nacimiento de su último hijo, vio con sorpresa que comenzaba a asomar un cuerpecito gris. Es que Torthumedad, que así se llamaba este extraño animalito, no era del todo una tortuga, porque su papá, el andariego Juan Bicho de la humedad, era efectivamente un bichito de la humedad.
El día en que Torthumedad vino al mundo, fue el día de mayor conmoción en la comunidad de pequeños animales que habitaban aquel montecito a la orilla del río. No era de menos esperar, porque nunca se había visto por aquellos lugares bicho ni parecido de raro al animal en cuestión.
Torthumedad, como ya dije era de como gris, tenia una caparazón muy flexible que le permitía la cabeza y sus seis patitas de forma de quedar bien redondito como una pelota.
Los otros animales no se acercaban a él, los más chicos porque le tenían miedo y también porque los papás no les permitían juntarse con un bicho tan raro. Además, por regla general, para mayor seguridad en el monte, los bichos se llevaban bien sólo con su especie y pocas excepciones más; y la excepción de ninguna forma sería un animal tan extraño como Torthumedad. De ésta forma nuestro amigo fue creciendo solo con el amor de su madre, que intentaba consolarlo inútilmente cada vez que su hijo se acercaba a algún bicho para conversar y volvía triste porque todos huían de el asustados.
Mamá ¿porqué nadie me quiere? – preguntaba llorando Torthumedad.
No es que te quieran hijo, es que los animales suelen recelar de quien no es igual a ellos y se sienten más seguros junto a su especie.
Entonces no existe un lugar para mí, yo no soy de ninguna especie…
Tu lugar es junto a tu mamá, que siempre va a quererte… No te preocupes por lo demás – Decía Tortuga Ana a su hijo, mientras lo abrazaba con ternura.
Entonces él sonreía a su madre tristemente y callaba, con el corazón desconforme.
A Torthumedad le encantaba ir por las tardes a la orilla del río, se divertía volviéndose pelota y saltando barrancos de diferentes alturas, cada vez más altos; al principio no se animaba a salir de su caparazón para mirar mientras iba cayendo del salto, por que tenia miedo de no poder cerrarla a tiempo para amortiguarse. Pero después que lo logró una vez, buscaba barrancos cada vez más altos para poder salir y entrar de su caparazón más de una vez en cada salto.
También le gustaba mucho nadar y con sus seis patas era mucho más rápido que cualquier tortuga. Pero lo que más le gustaba de ir a la orilla del río era poder contemplarlo largo tiempo, el río para él era tan grande y misterioso que lo hacia pensar en muchas cosas, pensaba en todo lo que su padre debía haber conocido recorriendo el mundo y que a lo mejor, en otros lugares pudiese haber otro de su especie o parecido a él, por lo menos algún animal que no se importase por cosas de especie.
Así pasaron muchos días, Torthumedad fue creciendo y con ello fueron aumentando sus deseos de salir a recorrer el mundo.
Un día Tortuga Ana advirtió que su hijo estaba demasiado callado, pensativo y se sentó a su lado.
¿Te ocurre algo Torthumedad, en que piensas hijo? – le preguntó preocupada.
Mamá quiero salir a recorrer el mundo, quiero conocer otros lugares, otros bichos…
Si eso es lo que deseas, entonces debe hacerlo hijo – le contesto cariños.
Fue así que tomó coraje y después de despedirse de su mamá emprendió viaje esa misma tarde.
Eran tiempos de calor, pero esa tarde que él salió corría una brisa fresca, agradable y pensó que seria bueno ir caminando por la orilla del río para disfrutar mejor del paisaje que lo rodeaba.
No iba muy lejos aún de su casa, donde su rareza no era ya motivo de novedad, porque todo el bicherio de aquella parte del monte estaba acostumbrado a verle, cuando se dio cuenta que su presencia iba despertando nuevamente la curiosidad de los animales que no lo habían visto nunca.
El no había tomado en cuenta eso antes de salir y se puso muy triste cuando escuchó que la rana comentaba escandalizada:
Yo te dije Sapo José, yo te dije que en este monte vivía un bicho tan extraño como nunca había habido por estos lugares.
¡De veras que es extraño! – agregó el sapo con cara agria.
Yo no se que ha venido a hacer por estos lados, buena cosa no ha de ser.
Torthumedad, al escucharlos pensó que nunca debería de haber salido de su casa, donde estaba su mamá que era la única que lo amaba y se sintió tan solo que le vinieron ganas de llorar, se fue sintiendo pequeño y sin darse cuenta comenzó a quedarse redondito dentro de su caparazón y así se durmió, de nochecita recostado a un árbol.
Cuando se despertó era tarde en la noche y todos los bichos de la vuelta estaban tranquilos, cada uno en su cueva.
Esa noche la luna estaba llena y se reflejaba muy bonita en el río; Torthumedad pensó que si existían cosas tan lindas como una luna redonda y brillante que se refleja en el río de corriente mansa y agua tibia, podrían existir tantas otras cosas por ahí que él no conocía, iguales de bonitas. Podrían existir además otros bichos que quisieran su amistad. Se sintió feliz de nuevo y pensó que era una buena hora para nadar y de esta manera siguió su marcha.
Pasado el rato ya había nadado un buen trecho. Se sintió cansado, pero estaba ansioso por su pensamiento y no podía dormir; se decidió por dar vuelta su cuerpo, usarlo como balsa y dejarse llevar por la corriente tranquila. Y así, pancita arriba se iba por la parte baja del río, con los ojos cerrados y el pensamiento lejos.
De esa forma, andando y andando sin mirar perdió la noción del tiempo y no se dio cuenta que el paisaje no era ya el mismo, y que habitaban ahí, en esos pajonales, bichos más grandes, bichos que él no había visto nunca y que tenían por costumbre hacer paseos nocturnos. Sólo se percató de ello cuando una nutria muy grande y gorda se tiró al agua con brusquedad y ¡chas! inundó su caparazón desprevenida.
Fue tal el chapuzón y Torthumedad tan distraído estaba que no supo que hacer; por más que movía desesperado sus patitas con el fin de ponerse en posición de nado, no pudo recuperar el equilibrio y naufragó sin remedio. Cuando se despertó era de mañana temprano, se encontraba tendido en la orilla, no sabia que lugar era aquel, pero si sabía que el naufragio lo había arrastrado muy lejos del lugar donde nadaba la noche anterior. Estaba muy cansado y dolorido, tuvo miedo de moverse, pero de a poquito logró ponerse de pié.
Miró a su alrededor, tendría que hacer un trecho muy largo de arena para llegar al monte tupido que se abría después y poder así buscarse algo de comer. Caminó muy despacio hasta llegar al monte, se sentó bajo un arbusto impaciente y extrañado de que no anduviera por allí ningún otro bicho, porque se encontraba buena comida en aquel lugar, las hojitas eran verdes, tiernas y abundantes; por suerte, porque si tuviera que hacer mucho esfuerzo en conseguir alimento se hubiera quedado si comer.
¡Pobre Torthumedad! Si Tortuga Ana lo viera en ese momento, todo machucado y solito, nadie que cuide de él, creo que hubiese muerto de tanta tristeza.
Pero el que estaba desconsolado era él, sólo él sabia de su soledad y su tristeza.
Estaba pensando ya en emprender el regreso a su casa, cuando de repente vio que se acercaba un bicho marrón abriéndose paso entre los yuyos! Que gracioso caminaba!, marchaba torpemente, moviendo su cuerpo achatado de un lado a otro entre paso y paso. ¡que sorpresa para Torthumedad cuando lo vio! No había visto un bicho igual a ese en ningún otro lugar de los que había estado, pero a la sorpresa también se la llevó la cucaracha cuando lo vio a él.
A medida que ella se fue acercando con gestos risueños y amistosos, Torthumedad fue perdiendo el temor a ser rechazado.
Hola, soy cucaracha Marta ¿y tu, quien eres, qué haces aquí, sólo?
Soy Torthumedad, estoy aquí solo porque soy yo sólo – contestó tímidamente.
¿Cómo que eres sólo? – pregunto la cucaracha confundida.
Es que no hay nadie con quien pueda vivir, porque soy el único de mi especie y además ¿no ves que soy muy extraño? Por eso nadie quiere acercarse a mi; eres tu el tú el primer bicho con quien he hablado.
¿Y por eso estas tan triste? A mi tampoco nadie me quiere, ni tampoco a nadie de mi especie, y eso que nosotros somos muchos ¡pero muchos! En las ciudades, que es donde viven la mayoría de los míos, han intentado exterminarnos de todas formas, con todo tipos de cosas venenosas y nosotros, las cucarachas siempre estamos intentando sobrevivir. Yo me cansé de andar corriendo asustada y me vine al campo a conocer otros bichos y por suerte te he encontrado a ti.
¿Entonces no te importa que yo sea tan raro? – preguntó él contento.
¡Claro que no!, además creo que somos muy parecidos. Pero cuéntame dijo la cucaracha, que le encantaba conversar – ¿porqué estás así, tan machucado?
Entonces, Torthumedad comenzó a relatarle lo sucedido mientras caminaban por la orilla del río, felices los dos por haberse encontrado.
Pero aquí no termina la historia, largo tiempo después que Cucaracha Marta y Torthumedad se conocieron, supe por un pajarito, que un día en el monte amanecieron todos los bichos alborotados por una gran novedad. Un bicho rarísimo había nacido esa mañana, Torthumedacha, era su nombre.