Siberia, la negra bruja

Seudónimo: Huija

Una tarde pasaba yo, montado en aquel morito pizarra que me había regalado Don Ciriaco González, por unos campos abiertos, donde hacían estribaciones las Sierras del Perdido y formaban un valle mojado por arroyo, que también llevaba el nombre de las sierras.-
Unos montes bajos de espinillos, talas, mataojos, alguno que otro coronilla muchas enredaderas y chilcas entrelazadas, formaban una espesura sucia bordeando el arroyo.- Esa tarde fue la vi por ves primera.- Ya conocía sus mentas de algún fogón de estancia o mostrador de pulpería.-
Silberia se llamaba, era una estatua de ébano, tenia caderas largas con ligeras curvas, cintura redonda y afinada.- Era negra, de un negro azulado.- Alta, de edad mediana, de porte dinámico, nariz achatada escondida entre los pómulos relumbrosos.- Los ojo de mirar profundo parecían reflejar la hondura de las tinieblas.-
Yo venia cruzando el arroyo por la picada.-
Su rancho estaba como escondido en lo espeso del abra, casi junto al arroyo.- Rodeado de árboles, enredaderas, cañaverales, plantas raras, yuyos medicinales olorosos, más paresia una cueva.-
La puerta se cerraba con un cuero de vaca reseco.-
Sombras marginales parecían rodearlos mientras acechaban la llegada de algún visitante.-
Tal vez una mañana, o quizás una tarde, alguien se acercaba, entre receloso y angustiado, hasta aquel rancho-cueva.-
Entonces la negra Silberia salía y el forastero y ella penetraban.-
-“El daño ej grande y de mucho p’atrás.- Yo v’ia sacártelo patrón, poque tengo pato con el seño de la noche, poque yo jui bautizada con sangre de un señó que jue mi padrino y que era el sétimo hijo varón.- Por eso el señó de la noche me dio podé”-
La negra entonces oficiaba su culto en tanto quemaba detrás de un biombo de lona y de espaldas al hombre que padecía el mal, no sé qué raras hiervas y otras cosas que desprendían un olor nauseabundo.-
Cuando con el paso de los días el enfermo mejoraba, se le veía llegar hasta el rancho seguramente a agradecer y pagar la cura.-
Ella no cobraba sus servicios, tampoco aceptaba regalos, pero pedía el «sanado» fuese lo más próximo a medianoche, de a pie y solo, hasta el cementerio cercano y arrodillado en el portón de entrada, rezara tres Avemaría y un Padrenuestro.-
Se comentaba que, a veces, la ciencia oculta de la negra no podía vencer el mal de su paciente y cuando el enfermo moría, la Silberia se metía en su rancho y pasaba unos días escondida, decían que semidesnuda, quemando unas hierbas con trozos de cuernos de ciervo, grasa de víbora, todo mezclado con plumas de lechuzón y un ungüento de color verdoso negro que al quemarse desprendía aquel humo oscuro y un olor fétido, repugnante, que salía por las rendijas del rancho.-
Entonces el paisanaje, los gauchos caminadores, tal vez algún matrero que salía de su guarida montaraz, los carpincheros, todos, al pasar por cerca del rancho de la bruja, recibían el mensaje de humo, denunciando que la negra se le había muerto un “paciente”.-
La Silberia había sido joven algún día, todavía su cuerpo mostraba la esplendidez de las curvas.-
Entonces se decía que algunos hombres habían llegado hasta su cueva, atraídos por la redondez de sus senos llenos de lujuria, sus movimientos de gacela y la armonía de sus caderas. Seguramente llegaban sigilosamente, a pie o tal vez a caballo, escondiéndolo en la espesura de la selva, maneándolo con el freno puesto.- Se les habrá oído relinchar de hambre y de sed, mientras su dueño, en la cueva, se entregaba a los placeres de la carne, atraído por el olor de la hembra.-
La Silberia nunca tuvo hijos y es fama que en ocasiones se le vio internarse en el monte y abandonar allí, sola, sola con su alma, un feto sanguinolento, cuya aparición había provocado, quien sabe con qué infusión de sus hierbas y la evocación de su magia.- Después se le veía bañarse en el arroyo y regresar a su rancho con el mismo cadencioso andar, mientras el percal que la cubría marcaba sus muslos bien formados y la prominencia de sus senos erectos.-
Una tarde casi cerrada la noche, cuando la Silberia volvía del monte cargada de leña y de hierbas, encontró un gatito barcino atigrado, casi muerto de hambre.- La negra dejo caer su carga, se agachó, recogió al animal y junto con su carga de leña y de hierbas se llegó hasta su rancho.-
Cuentan que se le vio desde aquel atardecer, con el animal en brazos cuidándolo como si aquella fuera su nueva misión en la espereza de una vida sigilosa, enhebrada entre las sombras del monte y su ciencia casi satánica.- Con él en brazos partía por las noches hacia campos linderos donde pacían las vacas chucaras, humedecidas de rocío, que la veían acercarse.- La bruja les hablaba quien sabe en qué extraña lengua mientras se acercaba clavándoles aquella su mirada ausente y fría, entonces las vacas mugían temerosas, pero no huían.- La Silveria las ordeñaba y la leche tibia caía en el pasto y el gato bebía.-
En el campo y el monte la negra cazaba tatúes, mulitas, ratones y víboras, trepaba a los árboles en busca de pichones, todo para alimentar a su gato.-Cuando carneaba algún capón ajeno, aquel bebía la sangre caliente del animal degollado y hasta se revolcaba a veces en la que caía.-
Se comenta que aquel animal crecía en forma inusual, desmedida, más parecía un pequeño tigre; a menudo daba saltos oteando el viento, rugía y se arrastraba escalofriantes contorciones.- Tenia una mirada onda, verdosa, siniestra, se revolcaba y se mordía cual si estuviera preso en su piel o sufriese ataques de histeria.-
Cuando por las noches asomaba la cabeza por la rendija del cuero de vaca reseco que servia de puerta, su mirada centellaba siniestra y malsana.-
Cuentan que la negra se había vuelto esquiva, salvaje y que era común verla internarse en el monte en las horas que caía la noche, con el enorme gato en brazos y perderse selva adentro y cuando reaparecía con las primeras horas del día, regresaba fatigada, a pasos lentos, siempre con el gran gato, ahora exhausto, en sus brazos.-
Sucedió que tras muchos días de desaparecida, la negra Silberia, nadie la había visto por el monte, del rancho no salía humo por las rendijas y los maullidos del gato no taladraban el aire.-
Entonces varios hombres se habían acercado al rancho-cueva de la bruja, un mediodía.- Habían llamado y solamente el secreteo del viento entre las cañas y las enredaderas fue la respuesta.-
Uno de ellos, avanzando un poco más, levanto el cuero que tapaba la puerta.- Un haz de luz se colaba a pique por un agujero del techo de paja.- Vieron sangre seca, pedazos de carne, jirones de ropa ensangrentada, huesos roídos.-
En un rincón, casi fosforescente, en la semipenumbra, el enorme gato asesino, mordisqueaba siniestro el cráneo de la negra bruja.-