El retrato del viejo Usla

Seudónimo MACAON

El día que el viejo Usla Hilbert murió, ya casi con ochenta años, generó en seno de su familia, encontrados sentimientos. Por un lado, la pesadumbre natural, ante el desmoronamiento del pilar básico del grupo familiar. Lina, su esposa y su hijo Herman, no liberados del calor de la sangre él y del acostumbramiento ella, sintieron que una desgarradura vaciaba sus almas sometidas. Para Ercilia, su nuera, la cosa fue muy distinta.
El viejo Usla siempre había asumido un estilo que, no dejaba dudas sobre quien representaba allí la única autoridad. Al modo tradicional, era el sentimiento y la verdad. La inteligencia y el decoro. La dignidad sostenida y, a veces, cuando se encaprichaba, el representaba, la libertad para infringir alguna norma. Entonces, se justificaba, al resguardo de sus contadas canas, abatidas por una calvicie prematura.
Siempre había sido así. Desde sus años jóvenes hasta pocas semanas antes de morir. El viejo Usla jamás dio oportunidad para que los demás integrantes de la familia, osaran la libertad de un pensamiento genuino. Jamás ninguno tubo la oportunidad de levantar la voz más intensa que la del “monarca” y…¡valga Dios ¡ menos contradecirle en sus tajantes opiniones. Dije que allí, el viejo Usla era la verdad cuasi revelada.
Nadie podía abrir juicio, sobre ningún tema por más trivial que fuera, sin que la mirada del anciano, directa a los ojos de sus interlocutores, les pusiera detrás de sus opiniones. Le resultaba realmente irrespetuoso quien, al almuerzo o la cena, disfrutara del primer bocado sin que su gesto adusto, lo autorizara.
La hora del mate de la tarde, era la del silencio. Mientras disfrutaba de la excitante infusión, se hundía en sus pensamientos, tal vez rememorando los años duros de su niñez, allá en Sarre alemán.
Controlaba todas las compras hogareñas, fiel a la idea de que, “el ahorro es la base de la fortuna” y aunque no la tenía, pensaba que la tranquilidad de toda su familia, pendía de la racionalidad en los gastos, así como en la mesura para decidir las inversiones en comodidades prescindibles. Pese a esta disciplina de hierro, todos sentían afecto hacia la figura patriarcal, lo que no obstaba para que en el regazo privado de su pensamiento, Ercilia profesara un rechazo a aquella forma sublimar de cruel tiranía.
En el amplio comedor de la casa, Usla había puesto, como centinela, la altura de dos metros y medio en la pared sur, un gran retrato suyo. Diríase que, desde allí, pretendía dominar todo el panorama. A la hora de las comidas – la mesa central estaba situada en ese mismo frente – el retrato se destacaba a través de una mirada penetrante y dura, la que parecía desempeñar un papel censor sobre los comensales.
Durante la última semana, ya viejo y enfermo, octogenario parecía ceder espacios. Esta actitud, dio en pensar que, el fin estaba próximo.
Una madrugada, en que la fiebre le quemaba las sienes, mientras sus ojos desmesuradamente abiertos escudriñaban los fantasmas del techo, clavó su mirada en cada uno de sus seres “queridos” y ahí quedó. Rígido. Inconmovible. Como una estatua de arrugada piel.
Después de los clásicos rituales, mas sociales que religioso, donde hasta la nuera derramó lágrimas sinceras, Usla fue trasladado a su bastión definitivo. Ercilia pensó ruborizándose, aunque liberada de invisibles cadenas, que el viejo había encontrado la horma de sus zapatos. De igual forma pensó que, en el más allá cabría la posibilidad de que también hubiera almas sumisas que se dejaran someter.
¡¡Bah…peor para ellos! Concluyó.
Ercilia se había sentado en el amplio sillón donde habitualmente tejía. Venciendo el cansancio de las ultimas horas, su mirada se posó en el retrato dominante desde la pared sur del comedor. Desde el retrato, el viejo Usla la miraba fijamente. Se sintió turbada. No había pestañado dos veces cuando una idea que le pareció genial, se le cruzó como un relampago. Sí, había que hacer desaparecer aquel cuadro de la pared sur del comedor. – Había- se repitió al instante. Pero, como. De inmediato razonó que, ni Herman ni su suegra lo aceptarían. El acostumbramiento de más de medio siglo aceptando las orgullosas decisiones del viejo Usla, conformaban “razones” de mucho peso que eran dificiles de superar. No obstante, se le ocurrió de recibo hacer el intento aquella misma noche.
Cuando se dispusieron, Ercilia y su esposo, al resguardo de la jornada reparadora, la mujer, mientras se desvestía sentada en su cama, le insinuó a su marido, en tono circunstancial:
El recinto más transitado de la casa, pareció recobrar una cierta autonomía, que todos notaron a la hora de la cena, aunque Ercilia – cada pocos instantes- observaba de reojo aquella pared solitaria y vacía. Se sentía libre y a la vez prisionera de hilos invisibles.
La noche pasó sin sobresaltos, aunque a la medianoche, Doña Lina se cruzó presurosa hacia el comedor. Luego, toda la casa, se sumergió en el silencio de los sueños.
A la mañana siguiente, Herman retomó el ritmo de las tareas. Partió muy temprano al cumplimiento de su labor. La anciana se retuvo un poco más en el tibio resguardo de las cobijas, mientras Ercilia, algo repuesta de los últimos trajines, asumió las tareas del nuevo día. Preparó su desayuno. Tostó algunas rodajas de pan de agua y se dispuso a disfrutarlo. Untó con manteca el pan crocante y tibio, dispuesta a disfrutar el momento.
Pero, al llevar la taza a sus labios , su mirada se hizo trizas contra la mirada del viejo Usla, allí, dominante, imperterrito, airoso, desde la pared sur del aposento. No podía creerlo. Tuvo que asir fuertemente el asa para evitar que el recipiente y su contenido cayeran sobre el mantel limpio. Se sintió sofocada por tenues hilos que, le pareció, partían del retrato del difunto.
Suspendió el desayuno, visiblemente contrariada y aunque nerviosamente, dio cumplimiento a algunos arreglos de rigor en toda la casa. A las nueve y media, la viuda dejó el dormitorio y ante la mirada inquisidora de nuera y a modo de explicación profirió:
-No me podía dormir! Sentía la misma respiración de Usla encima de mi cabeza.
Ercilia la miró incrédula.
-Te lo aseguro. En la densa oscuridad de la noche, sentí clavarse su mirada en todas las cosas del cuarto. ¡No! Definitivamente no irá allí.
Por lo mismo que a ella le sucedía, la mujer comprendió el drama de su suegra y hasta experimentó un sentimiento de compasión hacia la anciana.
En fin, pensó- ya le buscaré lugar a ese retrato . Tal vez fura injusta con el recuerdo del “desaparecido”, pero cierta aversión , que no podía disimular, iba creciendo en su mente y en su corazón .- En ese instante recordó el cuartito de los trastos en desuso. Tal vez, estuviera necesitando la presencia de un “inquisidor”. Sonrió, no sin cierta crueldad reprimida. Allá fue a parar, la misma tarde, el retrato del viejo Usla..
Aquella muerte, sin dudas, habilitaba para realizar algunos cambios en la casa. Así lo entendió Herman, que contrató los servicios de una mujer amiga de la familia, quien le daría “una mano” a Ercilia. Las dos mujeres trabajaban a todo pulmón en limpieza de pisos y algunas paredes; eliminación de su sitio de viejos muebles, los que dejaron espacios para el desplazamiento humano. Otros sustituidos por plantas y floreros, le dieron al comedor, entre patio y cocina, otra fisonomía y diríase que hasta se respiraba con mayor comodidad y gusto.
A la noche, Ercilia estaba rendida por el cansancio,. Mientras su marido aderezaba una cena frugal y doña Lina se preparaba para el sueño reparador, ella decidió algunos minutos de tregua en el sofá del comedor. Se sentía cansada, nerviosa y visiblemente molesta por algún motivo que ni ella alcanzaba a visualizar nítidamente. Ni siquiera alcanzó a sentarse en el cómodo sofá, cuando la mirada del viejo Usla se le clavó en medio de la frente. Allí estaba. Triunfante. Más dominador que nunca y hasta se le ocurrió a la mujer que una mueca irónica yacía apretada bajo la comisura de los labios. Enseguida entendió. La amiga, que le había ayudado en las tareas, amiga de la familia, creyó que era buena idea volver el retrato del muerto a su lugar natural: la pared sur del comedor. Y había cumplido con esa noble acción. Ercilia, maldijo la ocurrencia. Miró al cuadro con gesto desafiante. Muchas cosas en el espíritu de la mujer, habían cambiado después de la liberación por la muerte del suegro.
-“Ya veremos quien termina ganado” –se dijo con desesperada iracundia.
Apenas Herman se durmió aquella noche, la atormentada mujer se deslizó sigilosamente fuera de la cama. Paso por paso y sin encender la luz, cual un gato salvaje, sin respirar siquiera, llegó al fatídico aposento. El retrato estaba allí, como en una fortaleza inexpugnable. Sin mirarlo, lo descolgó, envolviéndolo en varias hojas de periódicos. Luego con un fuerte cordel dispuesto en cuatro, aseguró el rectángulo , que ató con varios nudos consecutivos. Posteriormente, abriendo sin ruidos la puerta de calle, deslizó el armatoste de madera y vidrio, en el cajón de los residuos. Retornó a la casa y esperó a oscuras siempre, mirando por la ventana, el pasaje del camión de los recolectores. Con gran alboroto, por el chirriar de chapas abolladas, el pasaje del camión se anunció desde varias cuadras. Los operarios realizaban su tarea, alentados por gritos y golpes de todo tipo. La cuadrilla pasó llevándose junto con los desperdicios, el retrato del viejo Usla. Ercilia respiró más tranquila a la vez que murmuraba en solitario: “Ahora sí! La cantera te vendrá de perillas”.
Volvió a la cama, sintiéndose liberada de un gran peso, que le era insoportable.

Durante varios días, la tranquilidad de Ercilia se destacó en el nuevo entorno familiar. Mientras Herman realizaba sus labores y doña Lina armaba sus servilletas en blanquísimo crochet, ella se encargaba de las tareas hogareñas.
Desempeñándose con cierta alegría y sin sobresaltos nocturnos, la vida parecía normalizarse. –Preparación de las comidas, lavados, fregados y planchados, retomaron sus cadencias cotidianas en el empeño de aquella mujer buena y trabajadora.
Pero, sin dudas, la tranquilidad no duraría mucho tiempo. Una mañana, mientras la mujer atendía a los quehaceres domésticos, sonó el timbre de la puerta de calle. Como su suegra aún estaba en el dormitorio, se dispuso a atender. Al abrir la puerta, su asombro fue mayúsculo. Allí, frente a la puerta estaba un muchachón, sosteniendo el cuadro de madera, con el retrato del viejo Usla.
-Buenos días, señora. Soy urgador en los basurales de la cantera. No quieo incomodar porque fue un descuido involuntario lo sé, pero, este es el retrato del finado Usla.
La desesperada mujer, no tuvo oportunidad de articular palabra, cuando el otro continú:
Ud. verá como fue a parar allí. Se lo devuelvo y … no por la propina, pues soy amigo de la familia.
En ese instante, doña Lina que había salido de su dormitorio, preguntó:
– ¿Quién es?
Soy yo doña Lin. Martín. El de la cantera de la basura. Encontré este retrato de don Uslay lo vine a devolver a su familia.
El joven lo entregó y se retiró presuroso, con la satisfacción del deber cumplido.
Ercilia aún no había recobrado la posibilidad de articular alguna palabra. Estaba desconcertada. Todo parecía un complot muy misterioso, desencadenado por aquella lucha sórdida de ella con el retrato del viejo.
El hecho no tiene explicación! –replicó doña Lina.- No se como el retrato fue a parar allí.
Ercilia no tenía voluntad ni la mínima intención de contestar a la interrogante de la anciana.
Ponlo en su lugar –le ordenó la suegra. Allá fue, como poseída por el demonio. Era una autómata, sin voluntad ni decisión. No obstante, cumplió con aquella orden. Que más podía hacer. Pero su determinación no era, ni por asomo, abandonar aquella “guerra”. Lo colgó en su atalaya y desde el retrato, el viejo Usla parecía poseído por una sonrisa triunfal.
Desde aquel momento, Ercilia no compartió más las comidas de almuerzo y cena con su marido y con su madre política. Siempre encontró un pretexto para justificar su actitud. Una indisposición pasajera, jaquecas de origen hepático, simplemente desgano, oficiaron de “razones” para evitar aquel martirologio.
– Tenés que comer, mujer – le decía el marido- si no te vas a enfermar.
Ercilia no contestaba, pero íntimamente estaba decidida a todo, con tal de triunfar en aquel enfrentamiento con el viejo. “Ya verá… ya verá”.
Adoptó entonces, una determinación que cumpliría a pie juntillas.” Costara lo que costara… no me importa!! Repetíase frente al espejo.
Aquel domingo , luego del almuerzo que Ercilia cumplió en su dormitorio , la viuda y su hijo decidieron ir al cementerio a llevarle flores al difunto.- Ercilia quedó en las casas.
Una vez en la casa, bajó el retrato y se encaminó a la pequeña huerta que lucía en el fondo del predio. Decididamente, en un gran tanque de latón, colocó al viejo y su mirada. Roció con queroseno y al tiempo que le decía ¡Vete al infierno!, encendió el combustible.
Flamas reverberantes como lenguas se elevaron, en forma amenazadora. La madera seca crepitó como en un ruego de supervivencia, mientras la imagen del viejo Usla se retorcía, ennegrecida, en láminas de carbono.
Ercilia con gesto triunfal y desafiante porte, miró dentro del tanque para ver como la combustión no había llegado a los ojos, por lo que el viejo Usla seguía mirándola desafiante. Pero no cedió y allí quedo, ante la hoguera, hasta que se vieron únicamente los hilos residuales, negros y retorcidos. Las llamas ya sin materia para consumir, se fueron apagando lenta pero inexorablemente. Todo terminó con una débil expiración sintetizada en copos de humo que buscaron el aire libre y soberano. ¡Se acabó!
Más que una afirmación, fue una frase de liberación y de angustia. Los ojos de Ercilia habían sufrido una rara trasmutación. No eran los mismos, como tampoco su antigua mirada de mujer buena y sencilla. Podría pensarse que, un brillo de odio, se habia clavado en sus pupilas. Odio inexplicable, pero verdadero.
Apenas Herman volvió del cementerio le avisó a su esposa. Ella corrió presurosa a refugiarse en los brazos de su marido. Temblando. Aterrorizada… incomprensiblemente nerviosa. Al menos, eso llamó la atención del esposo.
Que te sucede? ¿Estás enferma? – exclamó preocupado.
Ella no contestó. Corrió presurosa al interior de la casa. Sentía deseos de escapar de algo que no podía identificar. Entró al comedor y su mirada se dirigió a la fatídica pared sur del aposento . Sus ojos, desmesuradamente abiertos parecieron querer escapársele de la orbitas. Sintió una pavorosa sensación de horror la tiempo que miraba el odioso retrato de Usla . Porque la verdad era incontrastable . Allí en la pared sur del comedor como un atalaya de costumbre , lucía el retrato del anciano muerto, sosteniendo aquella mirada incorruptible. La impresión fue demasiado fuerte y Ercilia cayó desvanecida. Presa de una repentin a cataplexia, perdió toda noción de existencia ante el agobio de aquella pesadilla insoportable.
Herman y su madre, ajenos a aquella lucha entre Ercilia y el retrato, se mostraban muy preocupados, pues pasaban los días y la mujer no se recuperaba. Por el contrario, la cataplexia se acentuaba mientras el médico no acertaba con la solución. “Está como vencida, sin deseos de vivir” fue el comentario del facultativo. “Veo terror en su mirada” agregó el esposo con débil voz y temerosa expresión.
El doctor buscaba explicaciones que no pasaban por la ciencia. ¿Qué le produjo aquel estado casi cataléptico?
Para mi fue la foto de mi padre – acotó Herman, explayándose en una explicación que nadie solicitó:
Habíamos salido con mamá para el cementerio – dijo -. Al camino de regreso, nos cruzamos con Juan, un viejo amigo de papá. Camaradas del club de bochas “La amistad”. Me entregó un retrato, idéntico al que siempre colgaba de la pared del comedor. Era una réplica gemela que papá donó para la galería de los presidentes del club. Actualmente la institución está pasando por un mal momento financiero, por lo que Juan creyó conveniente, hasta que no se normalizara la situación, que el retrato pasara en custodia a la familia.
Y eso fue todo – explicó el hombre -. Traje el retrato y se me ocurrió colgarlo de la pared, allí donde comúnmente estaba el retrato que mamá trasladó a su dormitorio.- …”Eso fue todo”…exclamó. “No tiene explicación lo sucedido” .
El médico, miró el retrato. Parecía que el viejo Usla palpitaba como un león en asecho. Su mirada contenía una dureza que hacía parpadear en un sobresalto. El médico sintió una sensación por demás extraña y sin apartar su mirada del cuadro pensó:
-Sin dudas. El viejo está dispuesto a demostrar que, aún después de muerto, sigue siendo la única autoridad de la casa…