Asuntos de corazones

Seudónimo TRE – VER

El gerente de la cooperativa agraria salió el encuentro de la pareja que le fuera anunciada.
Se trataba de dos funcionarios de una conocida empresa contable de la capital, cuyos servicios profesionales les fuera requerido para realizar una auditoria con cumplimiento de exigencias financieras. Eran, una mujer de unos treinta y cinco a cuarenta y cinco años, de anteojos, pelo largo y negro; rostro sobrio y una sonrisa muy profesional. Su acompañante, un hombre tal vez menor, de actitudes tímidas. Se destacaba en él una amabilidad humilde, sensación insegura en sus modales. Rostro y manos muy blancos. Vestimenta convencionalmente impecable.
-¡ Un gusto en recibirlos! – saludó el gerente -, Gutiérrez, a sus órdenes.
– Un placer – respondió la mujer con tono desenvuelto -, Sofía, él es el contador Uría.
Intercambiaron saludos y cortesías. Gutiérrez los hizo pasar a las oficinas administrativas, donde tras dos o tres escritorios, se hallaban tres chicas y un joven.
– Contadores – les habló el gerente, les presento a los funcionarios de la cooperativa.
Señalo a una de las muchachas:
– Ella es Clara, la encargada principal, además de secretaria personal – la aludida hizo una cortés reverencia. Indicó al hombre -; el contador Fontana.
El mismo estrechó la mano a uno y besó la mejilla a la otra colega.
Gutiérrez se dirigió a sus empleados:
– Ellos realizarán la auditoría de rigor; pondrán a su disposición toda la documentación que soliciten. Señores – agregó dirigiéndose a los recién llegados -, están en su casa.
Les mostraré el lugar donde podrán trabajar. Lo que precisen….

Sofía y Ricardo almorzaban en el comedor del hotel, ubicado frente a la cooperativa.
– ¿Qué te ha parecido Treinta y Tres? – preguntó él. – No he visto más que números – respondió ella.
– ¿La primera impresión?.
– Que la gente parece muy amable. Mucha tranquilidad. Hay paz, nada de estruendos; como que te lastima el silencio.
– ¡No sabés cuánto necesitaba esto! – dijo Uría.
– ¿Seguís abrumado? – lo miró en profundidad; en sus ojos un destello compasivo.
El hizo un gesto resignado.
– Todo pasará – afirmó ella.
– ¿Experiencia?.
– No sé; de todo; experiencia, sentido común…
– ¿Qué se te ocurre planear para estos días? – preguntó él.
– ¡Hay!, ¡recién llevamos cinco horas!. ¿Vos tenés algo?; ¿conocés más…?
Uría lanzó un suspiro. La miró unos instantes sin hablar; ella escuchó su voz.
-¡No Ricardo!, no funciona. ¿No nos engañemos!; fueron momentos muy lindos. Seamos compañeros de trabajo. Se que no puedo ayudarte; no deseo actuar por compasión. Te aprecio demasiado, te respeto.
Puso su mano sobre la de él. Contrastaban sus pieles .
– ¿Por qué no buscamos una aventura?- propuso Sofía; la necesitamos…
– ¿Me ayudarías ?.
– No lo necesitas, tal vez yo sí, no conozco el interior .
– ¿Qué preferirías? – preguntó Ricardo.
Largó ella una risa pícara. A él le gustaba esa risa. A través de los cristales le brillaron los ojos.
-Ya que estamos, ¿qué tal un estanciero con plata?.
– No temes decepcionarte?..
– Sería una experiencia de todos modos; sería un romance vacacional.

Se dirigieron a la pieza. Esta tenía dos camas gemelas colocadas a ambos lados. Sencillamente confortable todo. Ella entró al baño. El se quitó el saco y se tiró sobre la cama. Los pies calzados sobre un costado. Ella regresó sin la polera blanca que puso sobre una silla. El volvió el rostro. Contempló sus hombros desnudos y los senos artísticamente ceñidos.
– ¿No habremos cometido un error? – preguntó él.
Lo miró interrogante. Ricardo aclaró con la mirada.
– No creo – respondió ella; es un negocio; nos ahorramos el costo de una habitación…esa fue la idea ¿no?.
Se tendió a su vez y cerró los ojos, dejando que pasara el tiempo para recomenzar la jornada primera de ese lunes.
Llevaban tres días de labor. Números boletas, recibos, talonarios de chequeras… Cenaban en silencio. De pronto Sofía habló.
– ¿Viste a aquel hombre alto que estuvo en la gerencia hoy?.
– Sí, es uno de los más activos directivos. Se ve que es muy importante en la empresa.
– ¡Uf!, verdad que sí,. Supe su nombre e hice un seguimiento de sus operaciones. ¡Es impresionante el volumen de sus negocios!.
– Sobre todo anda a pie el pobrecito…
– -¡Que rifle !, ¿todos los estancieros lucen así?
– Como en todos lados …. hay realidades y apariencias.
– Ese señor parece tener de los dos…
Luego de unos instantes:
– ¿Tenés algo planeado para luego? – preguntó él.
– Saldré a caminar. Una de las muchachas me invitó a ir hasta una confitería. ¿y Vos?.
Se encogió de hombros.
– Fontana me invitó a una exposición plástica, en algo así como un Museo.
– ¿Inquietudes intelectuales?.
– A falta de otra cosa…

Desayunaban antes de cruzar la calle a seguir escarbando en biblioratos y rimeros de papeles.
– ¿Sabés con quien nos encontramos anoche? – Preguntó Sofía.
Uría esperó la respuesta.
– Con el apuesto y más rico señor Quintana.
– ¡Ah haaa…! – siguió esperando con aire distraído.
– ¿Sabés que me cortejó con impetuosa insistencia?.
– ¿Respondiste igual?.
– ¿Me conocés bien Ricardo…!.
– ¿Quién termina de conocer a las mujeres?.
Uría seguía ausente, como si el sol que se elevaba por encima de los edificios, fuera algo muy novedoso.
– ¿Estás molesto?, ¿no me digas que estás celoso?.
– ¿Por qué? … ¡no sabés lo que conocí anoche …!.
– ¡Contá!.
– ¡Una diosa, querida, una diosa …!.
– Si hubieras dicho una Venus me inquietarías.
– Creo que también; pero sobre todo ¡una divinidad!; un ser de otro mundo…!.
Simulo extasiarse. No necesitó mucho esfuerzo.

Almorzaban, era viernes. De pronto, Uría suelta la risa.
– Tenías razón, ¡es insistente el hombre!
Se colorearon las mejillas a Sofía.
– ¿Todos los del interior son así?.
– Podrías averiguarlo vos misma.
Guardaron silencio por unos instantes. El mozo servía platos.
– Habría que llamarlo a la realidad – dijo ella con tono tajante.
– Dijiste que sería un romance vacacional. Terminá la aventura marcando las pautas; sabés hacerlo… no olvides que es una autoridad allí.
Sacudió ella la cabeza como, ¡tal vez … !.

Uría caminaba lentamente por la vereda desde el hotel hacia el centro. Terminaba la semana, segunda de trabajo. El sábado regresarían a Montevideo. La noche era cálida. Ricardo iba concentrado en pensamientos que le daban a su rostro una melancolía distinta a cuando llegó. Su pulcritud más límpida, atildada. Las luces, los escaparates, el pausado tránsito pueblerino, no los notaba. Miraba más allá del tempranero despertar de la noche. Llegó a la confitería – restaurante – bar. Entró, buscaba un sitio a gusto, cuando se pecho con Sofía y Quintana. Estos al verlo le hacen señas de que había sitio en su mesa. Los tres iniciaron esa insustancial charla de cosas chicas. Ricardo, de pronto exclamó como saliendo de un encierro:
– ¡Llegó la hora de la triste despedida…!.
– ¡Hopa! – suelta Quintana -, ¡que entonación nostálgica!.
Uría sintió la necesidad de vaciar su alma de algo tan volátil, tenue pero impresionante como la fulgurante estela de un meteorito en un cielo oscuro . De compartir una partícula de la emotividad que lo presionaba, como si sintiera cosquillas en todo el cuerpo. Había estado tanto abrumado por pensamientos grises. Transitando como los ciegos, tanteando con un bastón, o dejándose llevar por un fiel perro guía. No soportaba más su acostumbrada reserva. Cualquier intersticio le servía para meter una punta confidencial. Más allí, cada uno tenía su cuota; algo que justificar.
– Dijiste la semana pasada, Sofía , que para vos sería esto como un romance vacacional; ¿seguís pensando así?.
– ¡Por supuesto!; lo hemos tenido claro desde el principio. Ningún drama miró a su acompañante con discreta osadía.
– El futuro lo dirá, él tendrá la última palabra – sentenció Quintana.
– Y para vos, Ricardo ¿qué ha sido? Desvió ella.
– Ha sido LA AVENTURA de mi vida….
– ¿Es bonita, – preguntó Quintana.
– ¡Hermosa!. ¿Saben ustedes la diferencia ?. Bonito, es estético. Hermosura, una divinidad del espíritu. Por ella descubrí cosas que ignoraba, que tal vez muchas veces pasé por su lado sin notarlo.
– Toda mujer te muestra facetas distintas; de todas aprendés algo- comentó el otro hombre.
– Aprenderás , no lo dudo, pero sentir tu alrededor a través de ella, es otra cosa. Ahora sé lo que es espiritualidad, la sensibilidad. Mirá una noche me llevó en su coche hasta el otro lado del Yerbal a contemplar las luces de la ciudad. ¡Fue como descubrir otro cielo estrellado! ¿saben lo que es dar vida a una imagen hecha con trazos o colores?. ¿Lo que se puede transmitir a través de eso?… Bueno, creo que me estoy poniendo pesado de tan bobo …
– Hablás como mi mujer – comentó Quintana- , me paspa con las estéticas , las sensibilidades de sombras y colores. ¿Se alimenta alguien con eso?, ¿mejora tu bienestar?.
Uría frenó su entusiasmo. No era sitio para dejarlo volar…
– Me obsequió un dibujo a lápiz de un lugar donde estuvimos – dijo.
– Y vos pensás retribuirle con una sopa de números – bromeó el estanciero.
Ricardo metió la mano en un bolsillo y sacó un estuche de terciopelo bordó, bastante gastado por el roce. Lo abrió y mostró un juego de caravanas de oro, con forma de corazones. Al medio brillaba un rubí. Una joya evidentemente antigua.
– ¡Oh!, ¡que divinidad! – exclamó Sofía-. ¿No me digas que se la regalarás? ¡Lo que debe haberte costado…!
– Mirá, un amigo jugador, se vio apretado y me las ofreció hace un tiempo. Era recuerdo de familia, me dijo. Pedía una ganga. La compré para regalársela a mi mujer en el aniversario de boda. Cuando llegó el día no estábamos juntos….
Lo escuchaban atentamente .
– Estuve a punto de tirarlas a las rocas de la Rambla. Siempre llevaba el estuche en el bolsillo con la idea de cómo deshacerme de él. No pensaba que alguien las mereciera. No sé qué nos deparará el destino, pero de una cosa estoy seguro : no será un romance vacacional …
Antes de retirarse ambos hombres fueron al baño. Mientras se refregaban las manos, Quintana en discreto tono le dijo al acompañante:
– ¿No me vendés esa joya?.
Se sonrió Ricardo, negando con la cabeza.
– ¡Te doy cinco mil pesos!.
– No, no la vendo…
– ¡Diez mil !. Es para mi mujer, a ella le encantan esas cosas; yo no tengo gusto…
Algo asqueante sintió Uría. Negó con la cabeza, para luego corregirse el peinado frente al espejo.
– Ya tiene dueña – dijo.
Uría entró a la habitación a oscuras en el hotel. Encendió la luz, y se sorprendió al ver a Sofía tendida vestida en su cama, con los zapatos puestos hacia un lado.
– ¿Ya estás aquí? – le salió espontáneo.
Por obvio no respondió.
El se quitó el saco y lo colocó en un perchero. Se sentó al borde de la cama, aflojándose la corbata y desprendiendo el cuello de la impecable camisa blanca. Sofía se incorporó y también se sentó frente a él.
– ¿Cómo te fue?- preguntó ella.
Sentía él una indefinible sensación. Se mezclaban dicha y pesadumbre.
Ganas de hablar, o de cubrir su ánimo en el mutismo.
– Bien…
– – ¿Qué dijo del regalo?.
Se sonrió. Quería reservarse la situación.
– ¿A vos como te fue? – preguntó a su vez.
– Como era previsible…
– ¿Defraudada?.
Entrelazó ella las manos sobre las rodillas. Sus ojos sin anteojos miraban los arabescos de la alfombra.
– Hubiera deseado que hoy fuera nuestro último encuentro … ¡La invitación suya y del gerente para la cena de despedida mañana! Hubiera querido negarme… Me dio una suma para que comprara lo que más me gustara.
– Luego de una larga pausa, Ricardo, por decir algo, preguntó:
– – ¿Siempre van las esposas de ellos?.
– ¿Trastorna tus planes la comida? – al tiempo que hacía un gesto afirmativo con la cabeza.
– No … resolvimos que hoy fuera nuestra última cita. Tendría un compromiso previo…
– ¿Es casada?.
– Sí
Lo escuchó con alivio. Lo miró a los ojos.
– ¿Te gusta?.
– Mucho…
– ¿Cómo que?.
– No sabría decírtelo. No conocía, no me imaginaba una cosa así. Que existiera… me gustó mucho…
– ¿Amor platónico? – preguntó Sofía.
– No del todo – respondió pensativo, Ricardo.
Se pone de pie y se dirige al baño. Sale de allí con el piyama puesto.
Siempre se cambiaba junto a la cama.
Lentamente, Sofía se para y empieza a quitarse la ropa, toda. Se viste el piyama allí. Siempre lo hacía en el baño. Enciende la portátil. Va a apagar la luz central. Levanta la sábana y se introduce bajo ella. Se vuelve hacia la otra cama. Ricardo había colocado sus brazos bajo la nuca y miraba fijamente el estucado del techo.
– ¡Buenas noches, Ricardo…!.
– ¡Buenas noches!.
Ella toma la perilla, lo observa unos instantes más; apaga la luz…
El gerente Gutiérrez, con su esposa, llegan al hotel en busca de los contadores para asistir a la cena programada. Tenían ya el equipaje listo para partir luego de ella, en la madrugada. El trabajo en la cooperativa había terminado. Treinta y Tres sería pronto una referencia, un montón de referencias. Luces y sombras en el paisaje y en los espíritus, se anticipaban en los pensamientos de los contadores.
Quintana los esperaba en las mesas dispuestas. Se esmeraba en ser buen anfitrión.
– Mi mujer ya vendrá dijo -, la «estética» lleva su tiempo – se disculpó burlón.
– Uría miraba hacia la calle a través de los cristales de los ventanales.
– Un lujoso coche rojo se detiene junto a la vereda. Ricardo se pone tenso
– Al ver bajar a una mujer de sutil elegancia, cambia de color su rostro.
– La mujer entra al local, echa un vistazo, y al verlos se dirige hacia ellos. Una sedosa estola rosa cubre su cuello.
– – ¡Mi mujer! – avisa Quintana, poniéndose de pie.
– Uría, que daba la espalda a la esperada, hace lo mismo. Cuando gira, la dama abre la estola, y dos corazones centellean a los lados de su cuello.